Ha desaparecido mi faro eterno.
Lo arrancaron de golpe,
sin enviar postales,
ni cartas,
ni llamadas telefónicas
ni dar lugar a enviarle rosas,
o peluches,
para despedirnos de él.
Ya no está.
Y la luz ha dejado de oler a mares
y a rocas, alcalinas.
Ya no está(s).
Y ahora el mar tan sólo es un susurro
desde la boca del lobo
desde la profundidad del horizonte,
que es eso que se construye
cuando sabes callar.
Ya no hay límites en las olas,
ni peces que salten a cazar destello
ni pájaros que reinen tus alturas.
Ya no existen, paredes
y embajadas,
torres de marfil y alfiles que te demandan,
curiosos,
perdidos bajo tu magnitud.
Ya no estás mi faro eterno,
y ahora,
sólo puedo recorrerte
buscándote en el blanco de la sal
en la sal que está en este océano de olvido
y prisiones sin rejas
ni silbidos
ni talleres de pintura
ni sangres, ni cuchillos.
Sal,
perdida en medio del océano.
Y, cómo reconstruirte,
tan lentamente,
sin perderme nada,
ni el más mínimo ápice
de tus curvas
de tus parpadeos,
y tus deslices
entre las algas.
(…)
A Momo