La Bola De Billar

PROLOGO

Este relato tiene para mí recuerdos muy agradables. En el XXIV Congreso Mundial de Ciencia Ficción, celebrado en Cleveland durante las fechas próximas al Día del Trabajo de 1966, fui uno de los que recibieron un Hugo (el «Oscar» de la Ciencia Ficción) en circunstancias de extrema satisfacción para mí, y con mi esposa e hijos entre los espectadores (escribo esto sonriendo de pura satisfacción ante el recuerdo).

La revista de ciencia ficción IF ganó también un Hugo y su editor hizo prometer a otros ganadores del premio que escribirían relatos para un número especial dedicado al Hugo. Habría sido necesario tener el corazón de obsidiana para no acceder… así que lo hice.

Este es el resultado. Que yo sepa, es el único relato en que se combina lo policíaco con la Teoría General de Einstein sobre la Relatividad.

James Priss -supongo que debería decir el profesor James Priss, aunque estoy seguro de que todo el mundo sabe a quién me refiero, aun sin el título- siempre hablaba despacio.Lo sé. Le he entrevistado muchas veces. Poseía la más grande inteligencia después de Einstein, pero no le funcionaba de prisa. Admitía con frecuencia su lentitud. Quizá fuera porque era tan grande por lo que no le funcionaba de prisa.

Solía decir algo con aire abstraído, después pensaba, y añadía algo más. Incluso en cuestiones triviales, su gigantesca inteligencia dudaba insegura, añadiendo poco a poco un toque aquí y otro allá.

Me lo imagino preguntándose: ¿Saldrá mañana el sol? ¿Qué entendemos por «salir»? ¿Podemos estar seguros de que el mañana llegará? ¿Es totalmente inequívoco el término «sol» en este contexto?

Añadan a este modo de hablar un rostro dulce, más bien pálido, sin expresión, a no ser la de una general incertidumbre, pelo gris bastante escaso y cuidadosamente peinado, traje de hombre de negocios de corte invariablemente conservador, y ya tienen lo que era el profesor James Priss: una persona retraída, carente por completo de atractivo personal.

Por eso a nadie en el mundo, excepto a mí, podría ocurrírsele sospechar que fuera un asesino. Y ni siquiera yo mismo estoy seguro. Después de todo, pensaba despacio; siempre había sido así. ¿Es posible concebir que en un momento crucial lograra pensar rápidamente y actuar con prontitud?

No importa. Aunque cometiera un asesinato, se salió con la suya. Ahora es demasiado tarde para intentar darle la vuelta a la cuestión, y yo no lo conseguiría aunque decidiera permitir que esto se publicara.

Edward Bloom era compañero de clase de Priss en la universidad, y debido a las circunstancias fue después su socio durante una generación. Tenía la misma edad y propensión a la vida de soltero, pero eran opuestos en todas las demás cuestiones de importancia.

Bloom era un fogonazo de luz viviente; sano, alto, ancho, de voz fuerte, impetuoso y seguro de sí mismo. Tenía una mente que parecía un meteoro por el modo repentino e inesperado con que podía captar lo esencial. No era un teórico como Priss; Bloom no tenía ni la paciencia ni la capacidad para concentrar intensamente su pensamiento en un único punto abstracto. El lo admitía, se enorgullecía de ello. Lo que sí tenía era una pavorosa facilidad para ver la aplicación de una teoría, para ver el modo en que podría utilizarse. En el bloque de frío mármol de una estructura abstracta, era capaz de ver, sin ninguna dificultad, el complicado diseño de algún aparato maravilloso. El bloque se deshacía entre sus manos y quedaba sólo el aparato en cuestión.

Era cosa sabida, y no demasiado exagerada, que todo lo que Bloom había construido había funcionado, o era patentable o aprovechable. Cuando Bloom alcanzó los cuarenta y cinco años, era uno de los hombres más ricos de la Tierra.

Y si Bloom, el Técnico, se adaptaba particularmente a algo más que a ninguna otra cosa, era al modo de pensar de Priss, el Teórico. Los mejores aparatos de Bloom tenían su fundamento en las mejores ideas de Priss, y mientras Bloom se hacía rico y famoso, Priss obtenía un respeto excepcional entre sus colegas.

Y como era de esperar, cuando Priss formuló su Teoría de los Dos Campos, Bloom se dedicó inmediatamente a construir el primer generador de anti-gravedad.

Mi misión consistía en encontrar un interés humano en la Teoría de los Dos Campos para los suscriptores de la revista Tele-News Press, y eso se consigue tratando con las personas y no con las ideas abstractas. Dado que mi entrevistado sería el profesor Priss, la cosa no iba a resultar fácil.

Naturalmente, yo quería preguntarle qué posibilidades ofrecía la anti-gravedad, cosa que interesaba a todo el mundo, y prescindir de la Teoría de los Dos Campos, que nadie sería capaz de entender.

-¿Anti-gravedad? -Priss apretó sus pálidos labios y reflexionó-: No estoy completamente seguro de que sea posible, o que llegue a serlo alguna vez. No he resuelto, digamos, el asunto a mi completa satisfacción. No veo muy bien cómo las ecuaciones de los Dos Campos puedan tener la solución finita que tendrían que tener, naturalmente, en caso de que… -y luego se sumió en profunda meditación.

-Bloom dice que cree que podría construir tal aparato -dije yo, tratando de pincharle.

-Bueno, sí -asintió Priss-, pero yo lo dudo. Ed Bloom solía tener antes una sorprendente habilidad para ver claras las cuestiones más intrincadas. Tiene una inteligencia poco común. Desde luego, eso ya le ha hecho bastante rico.

Estábamos sentados en el apartamento de Priss; era de clase media normal. No pude evitar el echar una rápida mirada a uno y otro lado. Priss no era rico.

No creo que me leyera el pensamiento. Pero me vio mirar, y creo que él estaba pensando lo mismo.

-La fortuna no es la recompensa usual del científico puro -dijo-. Ni siquiera resulta especialmente deseable.

Quizá sea así, pensé. Evidentemente, Priss había tenido su propia clase de recompensa. Era la tercera persona en la historia que había ganado dos Premios Nobel, y el primero que los había obtenido en ciencia sin compartirlos con nadie.

No se podía quejar de eso. Y si no era rico, tampoco era pobre.

Pero no parecía un hombre satisfecho. Puede que no fuera sólo la fortuna de Bloom lo que le molestaba a Priss; puede que fuera la fama de Bloom entre la gente de la Tierra; puede que fuera el hecho de que Bloom fuera una celebridad adondequiera que fuese, mientras que Priss, sacándole de los congresos científicos y de los círculos universitarios, permanecía casi siempre en el anonimato.

No sé si pudo leer todo esto en mis ojos o en las rayas de mi frente, pero continuó diciendo:

-Pero sepa que somos amigos. jugamos al billar una vez o dos por semana. Le gano casi siempre.

(No he publicado jamás ese comentario. Fui a que me lo corroborara Bloom, y éste se extendió en una larga réplica que empezaba: «Me gana al billar. Ese borrico» … y se fue metiendo cada vez más en terreno personal. De hecho, ninguno de los dos era un novato en el billar. Una vez estuve un rato viéndoles jugar, después de esos comentarios, y los dos manejaban el taco de billar con un aplomo de profesionales. Es más, los dos jugaban con ferocidad; no vi nada amistoso en sus maneras de jugar.)

-¿Le importaría pronosticar si Bloom logrará construir un aparato generador de anti-gravedad? -pregunté.

-¿Quiere usted decir si voy a comprometerme en algo? Hum. Bien; veamos, joven. ¿Qué es lo que entendemos exactamente por anti-gravedad? Nuestro concepto de gravedad gira en torno a la Teoría General de la Relatividad de Einstein, que tiene actualmente un siglo y medio de antigüedad, pero que, dentro de sus límites, sigue en pie. Podemos describirla…

Escuché cortésmente. Ya había oído a Priss tratar esa cuestión antes, pero si quería sonsacarle algo -lo que no era seguro-, tendría que dejarle que lo hiciera a su modo.

-Podemos describirla -dijo-, imaginándonos que el universo es una lámina delgada y superflexible como la goma. Si suponemos que la masa está asociada con el peso, como lo está en la superficie de la Tierra, entonces se comprende que al descansar una masa sobre la lámina de goma hará una abolladura. En el universo real -prosiguió- existe toda clase de masas, y por tanto hemos de imaginar nuestra lámina de goma llena de oquedades. Si un objeto rodara a lo largo de la lámina, se metería v saldría de las abolladuras por las que pasara, desviándose y cambiando de dirección al hacerlo. Es este desvío y cambio de dirección lo que interpretamos como una demostración de la existencia de la fuerza de la gravedad. Si el móvil llega lo bastante cerca del centro de la abolladura y se mueve con suficiente lentitud, quedaría atrapado y giraría siempre alrededor de esa depresión. Con la ausencia de la fricción, permanecería girando indefinidamente. En otras palabras, lo que Isaac Newton interpretó como una fuerza, Albert Einstein lo consideró como una distorsión geométrica.

Al llegar aquí hizo una pausa. Había estado hablando con bastante fluidez -para lo que, él acostumbraba-, ya que no hacía más que repetir algo que ya había explicado antes más de una vez. Pero ahora adoptó su manera premiosa de hablar.

-Por tanto -dijo-, al tratar de producir la anti-gravedad estamos intentando alterar la geometría del universo. Si seguimos con nuestra metáfora, estamos intentando enderezar la lámina de goma. Podemos imaginarnos a nosotros mismos metiéndonos debajo de la oquedad y levantándola hacia arriba, sosteniéndola para evitar que se produzca una depresión. Si logramos alisar la lámina de ese modo, entonces habríamos creado un universo, o al menos un trozo de universo, en el que no existiría la gravedad. Los cuerpos que rodaran pasarían por la superficie plana sin alterar en absoluto la dirección de su viaje, y podríamos explicar este fenómeno diciendo que la masa no ejerce fuerza gravitatoria alguna. Sin embargo, para lograr esta proeza, necesitamos una masa equivalente a la que produce la depresión. Para engendrar antigravedad en la Tierra de este modo, tendríamos que hacer uso de una masa igual a la de la Tierra y colocarla sobre nuestras cabezas, por así decir.

-Pero su Teoría de los Dos Campos… -le interrumpí.

-Exacto. La Relatividad General no explica el campo de gravitación y el campo electromagnético con una sola serie de ecuaciones. Einstein pasó la mitad de su vida buscando esa serie única, una Teoría del Campo Unificado, y fracasó. Todos los que siguieron a Einstein fracasaron también; yo, sin embargo, empecé con la hipótesis de que existían dos campos que no se podían unificar, y seguí las consecuencias, que puedo explicar, en parte, en términos de la metáfora de la «lámina de goma».

Ahora llegábamos a algo que yo no estaba seguro de haber oído antes.

-¿Cómo es eso? -pregunté.

-Suponga que, en vez de intentar levantar la masa hundida, intentáramos darle mayor rigidez a la lámina misma, hacerla menos abollable. Se contraería, al menos en un área pequeña, y se haría más plana. La gravedad se debilitaría, y lo mismo la masa, porque ambas son esencialmente el mismo fenómeno en términos de universo abollado. Si pudiéramos aplanar por completo la lámina de goma, la gravedad y la masa desaparecerían juntas. En condiciones adecuadas, el campo electromagnético serviría para contrarrestar el campo gravitatorio, y serviría para aplanar la textura irregular del universo. El campo electromagnético tiene una lerza tremendamente superior a la del campo gravitatorio; por tanto, se podría lograr que el primero superara al segundo.

-Pero usted ha dicho «en condiciones adecuadas» -dije dubitativamente-. ¿Se pueden lograr esas condiciones de que ha hablado, profesor?

-Eso es lo que no sé -dijo Priss pensativo, hablando con lentitud-. Si el universo fuera de verdad una lámina de goma, su endurecimiento tendría que alcanzar un valor infinito antes de que se pudiera esperar que se mantuviera completamente plano bajo una masa capaz de abollarlo. Si esto es así, entonces también se necesitaría en el universo real un campo electromagnético infinitamente intenso, lo cual significa que la anti-gravedad resulta imposible.

-Pero Bloom dice…

-Sí, me figuro que Bloom pensará que basta con un campo finito, si se puede aplicar adecuadamente. Sin embargo, por muy ingenioso que sea -y Priss sonrió con los labios apretados-, no tenemos por qué considerarle infalible. Su comprensión de la teoría es bastante imperfecta. El… él nunca consiguió sacar el título universitario; ¿lo sabía usted?

Estuve a punto de decir que sí. Después de todo, era del dominio público. Pero había un asomo de ansiedad en la voz de Priss al decirlo, y levanté la vista a tiempo para captar cierta animación en sus ojos, como si disfrutara al difundir esa noticia. Así que asentí con un gesto de cabeza como si la archivara para referirme a ella en el futuro.

-Entonces, ¿diría usted, profesor Priss -le pinché de nuevo- que Bloom está probablemente equivocado y que la anti-gravedad es imposible?

Y Priss asintió finalmente:

-Se puede debilitar el campo gravitatorio eso desde luego, pero si por anti-gravedad entendemos un campo de gravedad auténticamente cero, es decir, una carencia absoluta de gravedad en una cantidad estimable de espacio, entonces sospecho que la anti-gravedad es imposible, diga lo que diga Bloom.

Así, pues, en cierto modo, ya tenía lo que quería.

No pude ver a Bloom hasta casi tres meses después de eso, y cuando le vi estaba de mal humor.

Naturalmente, tan pronto como aparecieron las primeras noticias referentes a la declaración de Priss, se puso furioso. Hizo saber que iba a invitar a Priss a la exhibición del generador de anti-gravedad tan pronto como lo construyera, e incluso le pediría que participara en la demostración. Cierto periodista -yo no, por desgracia- consiguió hablar con él entre dos compromisos que tenía, y le pidió que se explicara con más detalle.

-A su debido tiempo construiré el aparato --dijo- Puede que no tarde mucho. Y usted podrá estar presente, lo mismo que todos los representantes que la prensa quiera enviar. Y el profesor James Priss también podrá asistir. Puede representar a la ciencia teórica y, después de que yo haya demostrado la anti-gravedad, podrá adaptar su teoría para explicarla. Estoy seguro de que sabrá hacer las necesarias modificaciones de manera magistral, y demostrar exactamente por qué habría sido imposible que yo fallara. Podría hacerlo ahora y ahorrar tiempo, pero supongo que no cederá.

Lo dijo todo con mucha cortesía, pero se podía oír el gruñido bajo el rápido fluir de sus palabras.

Sin embargo, continuaron sus ocasionales partidas de billar, y cuando ambos se encontraban se comportaban con absoluta corrección.

Se podían deducir los progresos de Bloom por la actitud que cada uno adoptaba ante la prensa. Bloom se volvió escueto e incluso cortante, mientras que Priss mostraba un creciente buen humor.

Cuando Bloom aceptó por fin mi enésima solicitud para entrevistarle, me pregunté si esto significaría una pausa en sus investigaciones. Me imaginé por un momento que me brindaba a mí solo la exclusiva de su éxito final.

No fue así. Me recibió en su despacho de las Empresas Bloom que tenía al norte del estado de Nueva York. Era un lugar maravilloso, alejado de toda zona populosa y cuidadosamente ajardinado, abarcando el terreno de un establecimiento industrial. Edison, en el apogeo de su fama, dos siglos atrás, no llegó a alcanzar un éxito tan fenomenal como el de Bloom.

Pero Bloom no estaba de buen humor. Entró dando grandes zancadas con diez minutos de retraso y soltó un gruñido al pasar junto a la mesa de su secretaria; a mí

me saludó con un frío movimiento de cabeza. Llevaba una bata de laboratorio desabrochada.

Se dejó caer en una silla.

-Lamento haberle hecho esperar -dijo-, pero no he podido disponer del tiempo que había previsto.

Bloom era un actor nato y sabía muy bien que no le convenía indisponerse con la prensa, pero a mí me daba la sensación de que en ese momento le costaba trabajo atenerse a ese principio.

Lancé la inevitable conjetura:

-Me han dicho que sus pruebas recientes no han sido muy fructíferas.

-¿Quién le ha dicho eso?

-Yo diría que es del dominio público, señor Bloom.

-No, no lo es. No diga eso, joven. No es del dominio público lo que ocurre en mis laboratorios y talleres. Está usted expresando las opiniones del profesor, ¿no es cierto? Me refiero a Priss.

-No, yo…

-Por supuesto que sí. ¿No fue a usted a quien hizo aquella declaración de que la anti-gravedad es imposible?

-Bueno, él no me lo dijo tan claramente.

-El nunca es claro cuando habla, pero esta vez fue bastante para lo que acostumbra, aunque de todos modos conseguiré ese maldito universo suyo de la lámina de goma antes de que se muera.

-Entonces, ¿quiere decirse que marchan sus investigaciones, señor Bloom?

-De sobra sabe que sí -dijo chascando la lengua-, o al menos debería saberlo. ¿No estuvo usted presente en la demostración de la semana pasada?

-Sí, estuve.

Pensé que Bloom estaba en dificultades, de lo contrario no se habría referido a dicha demostración. Funcionó, en efecto; pero no fue un éxito ni mucho menos. Produjo una área de gravedad reducida entre los dos polos de un imán.

Lo presentó con suma habilidad. Utilizó una Balanza de Efecto Móssbauer para verificar el espacio existente entre los polos. Por si no han visto nunca una Balanza de E-M, les diré que consiste fundamentalmente en un apretado haz monocromático de rayos gamma disparados en el campo de baja gravedad. Los rayos gamma cambian su longitud de onda, ligera pero perceptiblemente, bajo la influencia del campo gravítatorio; y si ocurre algo que altere la intensidad de éste, varía su longitud de onda en la misma medida. Es un método extremadamente delicado para probar un campo gravitatorio, pero resultó perfecto. No se podía poner en duda que Bloom había disminuido la gravedad.

El inconveniente es que eso ya lo habían hecho otros antes. A decir verdad, Bloom había utilizado circuitos que facilitaban considerablemente la consecución de tal efecto (su sistema era típicamente ingenioso y ya estaba debidamente patentado), y dijo que mediante ese método la anti-gravedad se convertiría no sólo en una curiosidad científica, sino en algo práctico de aplicación industrial.

Puede ser. Pero era un trabajo incompleto, y generalmente no armaba tanto jaleo por una cosa así. Y desde luego no lo habría armado esta vez, de no estar desesperadamente ansioso por mostrar algo.

-Tengo la impresión -dije- de que lo que usted consiguió en aquella demostración preliminar fue 0,82 g., y la primavera pasada consiguieron en Brasil mejores resultados.

-¿De veras? Bien, calcule usted la energía empleada en Brasil y la que necesitamos aquí, y luego dígame la diferencia que hay entre los dos descensos de gravedad por kilowatios-hora. Se quedará sorprendido.

-Pero la cuestión es si usted puede conseguir 0 g., la gravedad cero. Eso es lo que el profesor Priss considera que no es posible. Todo el mundo está de acuerdo en que lograr disminuir simplemente la intensidad del campo de gravedad no es ninguna proeza.

Bloom apretó los puños. Me dio la impresión de que ese día le había fallado algún experimento clave, y estaba de un humor casi inaguantable. Bloom se sentía furioso de que el Universo se le resistiera.

-Los teóricos me ponen enfermo -dijo en voz baja y contenida, como si estuviera ya cansado de guardar silencio y se encontrara dispuesto a decir lo que pensaba sin importarle nada-. Priss ha ganado dos Premios Nobel por haber dado con unas cuantas ecuaciones, pero ¿qué ha hecho con ellas? ¡Nada! Yo he hecho algo con ellas, y voy a hacer más aún, le guste a Priss o no. A quien recordará la gente es a mí. Yo soy el que se lleva la fama. El puede guardarse su maldito título y sus premios y la admiración de los eruditos. Escuche, voy a decirle qué es lo que le consume: la simple y anticuada envidia. Le fastidia que yo gane lo que gano haciendo cosas. El quiere ganar lo mismo pensando. Le dije una vez… porque, como sabe usted, jugamos juntos al billar…

Entonces fue cuando le conté lo que me había dicho Priss sobre el billar, y Bloom me dio la réplica a la que antes me he referido. Jamás he publicado ninguno de los

dos comentarios. Considero que no tienen importancia

-Jugamos al billar -dijo Bloom cuando se hubo calmado-, yo le he ganado bastantes partidas. Mantenemos las relaciones en tono bastante amistoso. ¡Qué diablos!, somos compañeros de universidad y demás, aunque nunca he sabido como logró llegar adonde ha llegado. Era muy bueno en física, por supuesto, y en matemáticas; pero no sacaba más que aprobados, por pura lástima según creo, en todos los cursos de humanidades.

-Usted no llegó a terminar la carrera, ¿verdad señor Bloom? -fue una completa diablura por mi parte. Disfruté con su estallido.

-La abandoné para dedicarme a los negocios, ¡maldita sea! Mis calificaciones académicas, durante los tres años que estuve en la Universidad, fueron excelentes. No vaya a pensar otra cosa, ¿me oye? ¡Diablos!, por el tiempo en que Priss sacó el doctorado andaba yo amasando mi segundo millón. Bien, le estaba diciendo -prosiguió, visiblemente irritado- que estábamos jugando al billar y le dije: « Jim, el hombre de la calle no entenderá nunca por qué te dan a ti el Premio Nobel cuando soy yo el que consigue los resultados. ¿Para qué quieres dos? ¡Dame uno!» Se quedó un rato pensando, frotando el taco con la tiza, y luego me contestó con su voz pastosa: «Tú tienes dos billones, Ed. Dame uno». Conque ya ve usted si le gusta el dinero.

-¿Debo entender que a usted no le importa que se lleve él los honores?

Por un momento pensé que me iba a echar de su despacho, pero no lo hizo. Se rió, agitó la mano como si borrara algo de una pizarra invisible que tuviera delante, y dijo:

-Bueno, olvídelo; lo que le he dicho no es para publicarlo. Escuche, ¿quiere una declaración? De acuerdo. Las cosas no han salido bien hoy y me he enfadado un poco, pero lo arreglaré, Creo que sé por qué ha salido mal. Y si no, ya lo encontraré. Mire, puede usted decir que he dicho yo que no necesitamos una intensidad electromagnética infinita; aplanaremos la lámina de goma y obtendremos una gravedad cero. Y cuando lo logremos prepararé la mejor demostración que se haya visto jamás, exclusivamente para la prensa y para Priss, y le invitaré a usted. Y puede decir que no tardaré mucho. ¿De acuerdo?

-De acuerdo.

Después’ de esta entrevista, tuve ocasión de ver a los dos hombres una o dos veces más. Incluso les vi juntos cuando estuve presente en una de sus partidas de billar. Como he dicho antes, los dos jugaban muy bien.

Pero la invitación para la demostración no llegó tan rápida como se esperaba. Faltaban seis semanas para cumplirse el año, desde que Bloom me hiciera sus declaraciones. Pero puede que no esté bien esperar que se trabaje más de prisa.

Recibí una invitación especialmente grabada, en la que se me comunicaba que una hora antes de la demostración tendría lugar un cóctel. Bloom nunca hacía las cosas a medias y se proponía reunir un grupo de complacidos y satisfechos periodistas. Se había puesto de acuerdo también con la TV tridimensional. Era evidente que Bloom se sentía plenamente seguro; lo bastante como para querer celebrar su demostración ante los ojos de todos los telespectadores del planeta.

Llamé al profesor Priss para cerciorarme de que también le habían invitado. Así era.

-¿Tiene intención de asistir, señor?

Hubo una pausa; el semblante del profesor, en la pantalla, era el vivo ejemplo de la desgana.

-Una demostración de esa clase resulta de lo más inadecuado cuando se trata de una cuestión científica de envergadura. No me gusta animar esta clase de cosas.

Temía que fuera a negarse a ir; el dramatismo de la situación disminuiría notablemente si él no estaba presente. Pero entonces, quizá, pensó que no estaría bien mostrarse como un cobarde ante el mundo.

-Por supuesto -dijo con evidente disgusto-, Ed Bloom no es en realidad un científico, y debe tener su día de gloria. Estaré allí.

-¿Cree usted que el sor Bloom puede generar una gravedad cero, señor?

-Pues… el señor Bloom me ha enviado una copia del diseño de su aparato y… no estoy seguro. Quizá pueda lograrlo, si… si dice que puedo hacerlo. Naturalmente… -hizo de nuevo una larga pausa-. Creo que me gustará verlo.

-A mí también, y a muchos otros.

El escenario era impecable. Había despejado toda una planta del edificio principal de las Empresas Bloom: el que estaba elevado en lo alto de una colina. Llegaron los cócteles prometidos acompañados de un espléndido muestrario de aperitivos, de música y suave iluminación, a la vez que un Edward Bloom, impecablemente vestido y muy jovial, hacía el papel de perfecto anfitrión, y una serie de corteses y discretos sirvientes atendían a los invitados. Todo era afabilidad y completa confianza.

James Priss se retrasaba; me di cuenta de que Bloom andaba inspeccionando los grupos de la concurrencia y empezaba a poner cara de contrariedad. Entonces llegó Priss, con su tremenda falta de mundo y su pinta desaliñada, inmutable ante el bullicio y el rotundo esplendor (no había otra palabra para describirlo… o bien eran los dos martinis que burbujeaban dentro de mí) que reinaba en la sala.

Al verle, a Bloom se le iluminó el rostro inmediatamente. Cruzó la estancia, cogió la mano de este hombre, que era más bajo que él, y le arrastró hasta el bar.

-¡Jim! ¡Me alegro de verte! ¿Qué vas a tomar? Hombre, hubiera suspendido esto si no llegas a venir. No puedo presentarlo sin su estrella -apretó la mano de Priss-. Es tu teoría. Nosotros, pobres mortales, no podríamos hacer nada si no estuviérais vosotros los pocos elegidos para señalarnos el camino.

Se mostraba entusiasta al halagarle porque ahora se lo podía permitir. Estaba cebando a Priss para degollarlo. Priss trató de negarse a beber con una especie de murmullo, pero le pusieron un vaso en la mano, y Bloom alzó su voz hasta convertirse en el bramido de un toro.

-¡Señores! Un momento de silencio, por favor. Por el profesor Priss, la más grande eminencia desde Einstein, dos veces Premio Nóbel, padre de la Teoría de los Dos Campos, e inspirador de la demostración que estamos a punto de ver… aunque él creyera que no resultaría y tuviera las agallas de decirlo en público.

Se oyeron algunas risitas que se apagaron rápidamente, y Príss se puso todo lo enfurruñado que su semblante le permitía.

-Pero ahora que tenemos ya aquí al profesor Priss -dijo Bloom—, y hemos hecho nuestro brindis, podemos empezar. ¡Síganme, señores!

La demostración se celebró en un lugar mucho más preparado que aquel en el que nos había dado acogida. Esta vez se trataba del último piso del edificio. Intervenían varios imanes, algo pequeños a mi juicio, pero por lo que pude ver, tenía dispuesta la misma Balanza E-M.

Sin embargo, había una cosa que era nueva, y que sorprendió a todo el mundo y atrajo la atención más que cualquier otro elemento de la sala. Se trataba de una mesa de billar, por encima de la cual estaba situado un polo del imán. Debajo se hallaba el polo opuesto. Habían hecho un orificio redondo de unos treinta centímetros de ancho en el mismísimo centro de la mesa y era evidente que el campo de gravedad cero, si llegaba a producirse, sería en ese agujero de la mesa de billar.

Era como si toda la demostración hubiera sido pensada para señalar, de una manera surrealista, la victoria de Bloom sobre Priss.

Esto venía a ser otra versión de sus inacabables partidas de billar, y Bloom iba a ganar.

No sé si los periodistas vieron el asunto de ese modo, pero creí que Priss sí. Me volví para mirarle y vi que aún sostenía el vaso que le habían puesto en la mano.

Yo sabía que casi nunca bebía, pero esta vez se llevó el vaso a los labios y lo vació de dos tragos. Se quedó mirando la mesa de billar, y no necesité de ningún don especial para comprender que consideraba todo aquello como una deliberada burla contra su persona.

Bloom nos condujo a los veinte asientos que rodeaban los tres lados de la mesa, dejando el cuarto libre como zona de trabajo. Escoltó atentamente a Priss hasta el asiento que mejor dominaba la escena. Priss lanzó una rápida mirada a las cámaras tridimensionales que estaban ya funcionando. Me preguntaba si no estaría pensando en marcharse, pero seguramente decidió que no podía hacerlo ante los ojos del mundo.

En esencia, la demostración fue simple; era su presentación lo que contaba. Había indicadores a la vista de todos que medían el consumo de energía. Otros mostraban las mediciones de la Balanza E-M de forma que todos pudiéramos leerlas. Todo estaba pensado para una cómoda visión tridimensional.

Bloom explicaba cada paso con afabilidad, haciendo una pausa o dos para volverse hacia Priss y pedir una confirmación que éste no tenía más remedio que dar. No lo

hacía con tanta frecuencia como para que se notara, pero sí lo bastante para darle la vuelta a Priss sobre el asador de su propio tormento. Desde donde yo estaba sentado podía contemplar el otro lado de la mesa y ver a Priss. Tenía toda la pinta de hallarse en el infierno.

Como todos sabemos, el experimento de Bloom resultó un éxito. La Balanza E-M fue mostrando cómo la intensidad gravitatoria disminuía gradualmente a medida que se intensificaba el campo electromagnético. Los presentes prorrumpieron en vítores cuando la aguja descendió por debajo de 0,52 g., punto que estaba marcado con una línea roja en el indicador.

-La marca de 0,52 g., como ustedes saben --dijo Bloom con confianza-, representa el récord anterior de baja intensidad gravitatoria. Ahora estamos aún más bajo con un gasto de electricidad inferior al diez por ciento de lo que se gastó para establecer esa marca. Y llegaremos aún más bajo.

Bloom --creo que deliberadamente, para aumentar el suspense- retardaba el descenso, permitiendo que las cámaras tridimensionales hicieran tomas desde uno y otro lado del agujero de la mesa de billar, y del indicador que señalaba el descenso de la Balanza E-M.

-Señores --dijo Bloom de repente-, encontrarán ustedes unas gafas negras en la bolsa que hay al lado de cada asiento. Por favor, pónganselas ahora. El campo de gravedad cero se establecerá pronto e irradiará una luz rica en rayos ultravioleta.

Se puso las gafas y se produjo un momentáneo susurro al ponérselas los demás también.

Creo que nadie respiró durante el último minuto, cuando la aguja del indicador bajó a cero y se mantuvo allí. Y en el mismo momento en que esto sucedía se produjo un haz de luz entre los dos polos a través del agujero de la mesa de billar.

En ese momento se oyó como el rumor de veinte suspiros. Alguien gritó:

-Señor Bloom, ¿qué es lo que causa esa luz?

-Es característica del campo de gravedad cero –dijo Bloom suavemente, lo cual, por supuesto, no constituía una respuesta.

Los informadores se habían puesto de pie, apiñándose alrededor de la mesa. Bloom les hizo un gesto para que se apartaran.

-¡Por favor, caballeros, dejen sitio!

Sólo Priss permanecía sentado. Parecía ensimismado en sus pensamientos y desde entonces estoy seguro de que fueron las gafas las que oscurecieron el posible significado de todo lo que ocurrió después. No vi sus ojos. No podía. Y eso significaba que ni yo ni nadie pudimos sospechar siquiera lo que estaba sucediendo detrás de sus ojos. Bueno, quizá no hubiéramos podido adivinarlo aunque se hubiera quitado las gafas, pero ¿quién sabe?

-¡Por favor! -dijo Bloom alzando de nuevo la voz-. La demostración no ha terminado todavía. Hasta ahora, sólo hemos repetido lo que ya había logrado antes. He producido un campo de gravedad cero y he mostrado que se puede realizar en la práctica. Pero quiero demostrar algo de lo que puede hacer tal campo. Lo que vamos a ver a continuación es algo que nadie ha visto, ni siquiera yo. No he experimentado en esa dirección, aunque me hubiera gustado, porque comprendía que el profesor Priss se merecía el honor de…

Priss alzó la vista bruscamente.

-¿Qué?… ¿Qué?…

-Profesor Priss -dijo Bloom, sonriendo ampliamente-, me gustaría que realizara usted el primer experimento que supone la interacción de un objeto sólido con un campo de gravedad cero. Fíjese que el campo se ha formado en el centro de la mesa de billar. El mundo conoce su fantástica habilidad en este juego, profesor; su talento para el billar puede considerarse sólo secundario ante su asombrosa aptitud para la física teórica. ¿Quiere usted hacer el favor de lanzar una bola de billar dentro del volumen de gravedad cero?

Le tendió con ansiedad una bola y un taco al profesor. Priss, con los ojos ocultos tras las gafas, miró las dos cosas, y con gran lentitud e incertidumbre alargó la mano para cogerlas.

Me pregunto qué reflejarían sus ojos. Me pregunto también en qué medida influiría en la decisión de Bloom el hacer que Priss jugara al billar en la demostración, la irritación que sentía por el comentario de Priss acerca de sus periódicas partidas, comentario al que antes me he referido. ¿Fui yo, en cierto modo, el responsable de lo que siguió?

-Venga, levántese, profesor -dijo Bloom-, y deje que yo ocupe su asiento. El espectáculo es suyo desde ahora. ¡Adelante!

Bloom se sentó y siguió hablando, con una voz que cada vez se parecía más a un órgano.

-Una vez que el profesor Priss lance la bola al volumen de gravedad cero, ya no se verá afectada por el campo gravitatorio de la Tierra. Se quedará absolutamente en reposo mientras la Tierra gira alrededor de su eje y se mueve alrededor del Sol. En esta latitud, a esta hora del día, he calculado que la Tierra, debido a su movimiento, se hundirá hacia abajo. Nosotros nos moveremos con ella y la bola permanecerá inmóvil. A nosotros nos parecerá que se eleva y se aleja de la superficie de la Tierra. Observen.

Priss, frente a la mesa, parecía petrificado por una parálisis. ¿Era sorpresa? ¿Asombro? No sé. Nunca lo sabré. ¿Hizo un movimiento para interrumpir el pequeño discurso de Bloom, o era sólo que le producía un insoportable disgusto la idea de representar el vergonzoso papel a que le había forzado su adversario?

Priss se volvió hacia la mesa de billar, se quedó mirándola, y luego se volvió hacia Bloom. Todos los periodistas estaban de pie, apiñados lo más cerca posible para poder ver bien. Sólo Bloom se quedó en su asiento, radiante y apartado de todos. Por supuesto, no estaba pendiente de la mesa, ni de la bola, ni del campo de gravedad cero. Por lo que yo pude ver a través de sus gafas, se limitaba a observar a Priss.

Priss se volvió hacia la mesa y colocó la bola. Iba a ser el agente que había de entregar el definitivo y dramático triunfo a Bloom, convirtiéndose él mismo -él, que había dicho que no se podría lograr jamás- para siempre en el chivo expiatorio.

Quizá pensó que no había modo de escaparse. O quizá…

Con un golpe seguro de taco puso la bola en movimiento. La bola se desplazó suavemente y todos los ojos la siguieron. Golpeó contra una banda de la mesa e hizo carambola. Ahora iba aún más despacio, como si el mismo Priss quisiera aumentar el suspense, contribuyendo a que el triunfo de Bloom resultara más dramático.

Yo lo estaba presenciando a las mil maravillas, porque estaba de pie a un lado de la mesa, enfrente de donde estaba Priss. Podía ver cómo avanzaba la bola hacia el brillo del campo de gravedad cero, y alcanzaba a ver al otro lado aquella parte de la persona de Bloom que no me tapaba el resplandor.

La bola se acercó al volumen de gravedad cero, pareció detenerse al borde un momento, y luego desapareció, con un intenso destello, un estampido atronador y un olor repentino a ropa quemada.

Gritamos. Todos gritamos.

He vuelto a ver la escena en la televisión. Igual que todo el mundo. Puedo verme en la película durante aquel instante de quince segundos de absoluta confusión, pero en realidad no puedo reconocer mi rostro.

¡Quince segundos!

Y entonces descubrimos a Bloom. Estaba aún sentado en su silla, con los brazos cruzados, pero tenía un agujero del tamaño de una bola de billar que le atravesaba el antebrazo, el pecho y la espalda. La mayor parte del corazón, como se descubrió más tarde en la autopsia, había sido perforado con toda limpieza.

Desconectaron el aparato. Llamaron a la policía. Sacaron fuera a Priss, que estaba en un estado de absoluto colapso. Yo no me sentía mucho mejor, a decir verdad, y si cualquier periodista de los que estuvieron presentes intentara decir algún día que presenció aquella escena con entera frialdad, es un perfecto embustero.

Pasaron algunos meses antes de que yo viera nuevamente a Priss. Había perdido algo de peso, pero por lo demás tenía buen aspecto. Efectivamente, había color en sus mejillas y emanaba de él un aire de decisión. Iba mejor vestido que nunca.

-Ahora ya sé lo que sucedió --dijo-. De haber caído yo a tiempo, lo habría podido remediar. Pero soy de pensamiento lento, y el pobre Ed Bloom estaba tan enfrascado en presentar un gran espectáculo, y en hacerlo tan bien, que me arrastró consigo. Naturalmente, he intentado compensar parte del daño que causé involuntariamente.

-No puede devolverle la vida a Bloom -dije con calma.

-No, no puedo -replicó con la misma calma-. Pero hay que pensar también en las Empresas Bloom. Lo que ocurrió en la demostración, a la vista del mundo, fue la peor propaganda que se le podía hacer a la gravedad cero, y es importante aclarar lo sucedido. Por eso le he pedido a usted que viniera a verme.

-¿Sí?

-Si yo hubiera pensado con más rapidez, me habría dado cuenta de que Ed no decía más que tonterías con aquello de que la bola de billar se elevaría lentamente en el campo de gravedad cero. ¡Eso no podía ser. Y si Bloom no hubiera despreciado de ese modo la teoría, él mismo se habría dado cuenta. En definitiva, el movimiento de la Tierra no es el único a tener en cuenta, joven. El Sol mismo gira en una amplia órbita hacia el centro de la Galaxia de la Vía Láctea. Y la Galaxia también se mueve, de algún modo no muy claramente definido. Si sometiéramos la bola de billar a una gravedad cero, se comprende que no se vería afectada por ninguno de esos movimientos, cayendo así repentinamente, en un estado de absoluto reposo… cuando en realidad no existe tal reposo absoluto. El problema de Ed -prosiguió Priss moviendo lentamente la cabeza- era que pensaba en la clase de gravedad cero que se obtiene en una nave espacial en caída libre, cuando las personas flotan en el aire. Esperaba que la bola flotara igual. Sin embargo, en una nave espacial, la gravedad cero no es el resultado de una falta de gravitación, sino simplemente el resultado de dos objetos, una nave y un hombre dentro de la nave, cayendo a la misma velocidad, reaccionando a la gravedad exactamente del mismo modo, de forma que cada uno está parado con respecto al otro. En el campo de gravedad cero generado por Ed, se produjo un estiramiento del universo de la lámina de goma, lo que significa una pérdida real de masa. Todo en aquel campo, incluidas las moléculas de aire apresadas en él, y la bola de billar que yo introduje, carecieron por completo de masa mientras permanecieron dentro del campo. Un objeto absolutamente carente de masa sólo se puede mover en una dirección.

Hizo una pausa, esperando la pregunta.

-¿Qué movimiento sería ese? -pregunté.

-Un movimiento tan rápido como la velocidad de la luz. Cualquier objeto carente de masa, como un neutrino o un fotón, deben viajar a la velocidad de la luz mientras exista. De hecho, la luz sé mueve a esa velocidad sólo porque está compuesta de fotones. Tan pronto como la bola de billar entró en el campo de gravedad cero y perdió su masa, adquirió inmediatamente la velocidad de la luz y salió despedida.

Hice un gesto negativo con la cabeza:

-Pero, ¿no recobró su masa tan pronto como salió del volumen de gravedad cero?

---Desde luego que sí, e inmediatamente empezó a verse afectada por el campo gravitatorio y a frenar en respuesta a la fricción del aire y de la superficie de la mesa de billar. Pero imagine cuánta fricción se necesitaría para detener a un objeto con la masa de una bola de billar y disparado a la velocidad de la luz. Atravesó el grosor de cien millas de nuestra atmósfera en una centésima de segundo, y dudo que aminorara su velocidad en más de unos cuantos kilómetros por segundo al hacerlo; unos cuantos kilómetros que tendríamos que restar a los 293.354. En su trayectoria, quemó la superficie de la mesa de billar, traspasó limpiamente su borde, pasó a través del pobre Ed y de la ventana, dejando unos círculos perfectos porque los atravesó antes de que las partes más próximas de algo incluso tan frágil como el cristal tuvieran ocasión de partirse y de astillarse.

Fue una suerte enorme que estuviéramos en el piso superior de un edificio situado en un área despoblada. De habernos encontrado en la ciudad, podía haber atravesado varios edificios matando a muchas personas. Ahora, esa bola de billar está en el espacio, mucho más allá del extremo del Sistema Solar y seguirá viajando así indefinidamente casi a la velocidad de la luz, hasta que choque contra un objeto lo bastante grande como para detenerla. Y entonces producirá un cráter de considerable tamaño.

Empecé a darle vueltas a esta idea. Y no sé, pero no acababa de gustarme.

-¿Cómo es posible? La bola de billar entró casi muerta en el volumen de gravedad cero. Yo lo vi. Y usted dice que salió con una cantidad increíble de energía cinética. ¿De dónde procedía esa energía?

Priss se encogió de hombros.

-¡De ninguna parte! La ley de la conservación de la energía sólo es válida bajo las condiciones en que lo es la Teoría de la Relatividad; es decir, en un universo de lámina de goma abollada. Cuando eso abollamiento desaparece, ya no vale la relatividad general, y la energía se puede crear y destruir libremente. Eso explica la radiación a lo largo de la superficie cilíndrica del volumen de gravedad cero. Recordará usted que Bloom no explicó dicha radiación, y me temo que no habría sabido hacerlo. Si al menos hubiera hecho más experimentos previamente; si no hubiera estado tan estúpidamente ansioso por representar aquel espectáculo…

-¿A qué se debe la radiación, señor?

-A las moléculas de aire contenidas dentro del volumen. Cada una adquiere la velocidad de la luz y se estrellan contra el aire exterior. Son sólo moléculas, no bolas de billar, por eso se detienen al chocar; pero la energía cinética de su movimiento se convierte en radiación energética. Y es continua porque siempre hay nuevas moléculas que entran, alcanzan la velocidad de la luz y chocan contra el exterior.

-Entonces, ¿se crea energía continuamente?

-Exacto. Y eso es lo que tenemos que aclararle al público. La anti-gravedad no es fundamentalmente un sistema para levantar naves espaciales o para revolucionar el movimiento mecánico. Más bien, es origen de una fuente inagotable de energía libre, ya que parte de la energía producida se puede desviar para mantener el campo que hace que esa porción de universo esté plana. Lo que Ed Bloom inventó, sin saberlo, no fue simplemente la anti-gravedad, sino la primera máquina de movimiento perpetuo perfecta, un generador incomparable que produce energía de la nada.

-Aquella bola de billar pudo habernos matado a cualquiera de nosotros, ¿no es cierto, profesor? -dije lentamente-. Pudo haber salido en cualquier dirección.

-Bueno --contestó Priss-, los fotones sin masa emergen de cualquier fuente de luz, a la velocidad de ésta, en cualquier dirección; por eso una vela lanza luz en todas direcciones. Las moléculas de aire sin masa salen del volumen de gravedad cero en todas direcciones, por ello todo el cilindro irradia. Pero la bola de billar era un solo objeto. Pudo haber salido en cualquier dirección, pero tuvo que salir en una determinada, elegida al azar, y la dirección escogida resultó ser la que pasaba por él.

Así fue., Todo el mundo sabe las consecuencias. La humanidad tiene energía libre, y por eso tenemos ahora el mundo que tenemos. El consejo de las Empresas Bloom encargó al profesor Priss que desarrollara esta idea, y pasado el tiempo fue tan rico y tan famoso como lo había sido Edward Bloom. Y Priss sigue teniendo los dos Premios Nóbel, además.

Sólo que…

No se me va de la cabeza. Los fotones salen de una fuente de luz en todas direcciones porque se crean en ese momento y no hay razón para que se muevan en una dirección y no en otra. Las moléculas de aire salen del campo de gravedad cero en todas direcciones, porque entran también desde todas direcciones.

Pero, ¿qué ocurre cuando una sola bola de billar entra en el campo de gravedad cero desde una dirección determinada? ¿Sale en la misma dirección, o en cualquier otra?

He estado haciendo averiguaciones con sumo tacto, pero los físicos teóricos no parecen estar seguros, y no he podido encontrar ningún testimonio de que las Empresas Bloom, que son la única organización que trabaja con campos de gravedad cero, haya investigado la cuestión. Alguien de la organización me dijo una vez que el principio de incertidumbre garantiza la reaparición al azar de un objeto que entre desde cualquier dirección. Pero, entonces, ¿por qué no intentan comprobar el experimento? ¿Es posible, entonces?…

¿Es posible que, por una vez, la mente de Priss haya trabajado de prisa? ¿Es posible que, acuciado por lo que Bloom intentaba hacerle, lo viera todo repentinamente?

Había estudiado la radiación alrededor del volumen de gravedad cero. Puede que comprendiera la causa, y que tuviera la seguridad de que cualquier objeto que entrara en el volumen saldría despedido a la velocidad de la luz. ¿Por qué, entonces, no había dicho nada?

Una cosa es segura. Nada de lo que Priss hizo en la mesa de billar pudo ser accidental. Era un experto, y la bola de billar hizo exactamente lo que él quería que hiciera. Yo estaba allí al lado. Le vi mirar a Bloom y luego a la mesa como si calculara los ángulos.

Le vi golpear la bola. Y cómo la bola daba contra una banda de la mesa y se desplazaba hacia el volumen de gravedad cero, en una dirección determinada.

Porque cuando la bola que Priss había impulsado avanzaba hacia el volumen de gravedad cero -y las películas tridimensionales apoyan lo que digo-, ¡iba ya dirigida directamente al corazón de Bloom!

¿Fue un accidente? ¿Una coincidencia?

… ¿O un asesinato?

EPILOGO

Un amigo mío, después de leer este relato, me sugirió que cambiara el título por el de «Truco sucio». Estuve tentado de hacerlo, pero me contuve porque me pareció un título demasiado petulante para una historia tan grave… o tal vez porque me sentía corroído de envidia por no habérseme ocurrido a mí primero.

Pero en cualquier caso, ahora que he leído todas las historias de este volumen y he revivido los recuerdos que cada una despierta en mí, todo lo que puedo decir es: «¡Vaya, es estupendo ser escritor de ciencia ficción!»