Entre la mayoría de los que no están familiarizados con el tema, hay una tendencia a considerar la ciencia ficción como un miembro más del grupo de géneros especializados, tales como el policiaco, el del oeste, el de aventuras, el de narraciones deportivas, el amoroso y similares.
A quienes conocen bien la ciencia ficción, esto les ha parecido siempre extraño porque, sub finem, este género pretende ser una respuesta literaria a los cambios científicos, y esa respuesta puede abarcar la escala completa de la experiencia humana. En otras palabras, la ciencia ficción lo comprende todo.
¿Cómo diferenciar un relato de ciencia ficción de uno de aventuras, por ejemplo, cuando sub finem es tan intensamente aventurera que deja pálidas las narraciones normales de este tipo? Evidentemente, un viaje a la luna es ante todo una aventura de lo más emocionante, aparte de que sea otra cosa.
Yo he leído excelentes relatos de ciencia ficción que caen dentro de clasificaciones poco comunes, y que aportan un gran enriquecimiento al tema que han tocado. Arthur C. Clarke escribió un delicioso relato del «oeste»…, pero se desarrollaba bajo el mar, y salían delfines en vez de ganado. No obstante, su título era «Un hogar en la pradera», y le cuadraba.
Clifford D. Simak escribió «Regla 18», que es un típico relato deportivo, pero que incluye viajes en el tiempo, de modo que el autocar del equipo terrestre va recogiendo a las grandes figuras de todos los tiempos, con las que cuentan para ganar el partido anual frente a Marte.
En «Los amantes», Philip José Farmer logró una notable variación del simple relato amoroso al escribir una historia de amor sobria y conmovedora que cruzaba la barrera no ya de la religión o del color de la piel, sino de las especies.
Cosa curiosa, era el género policíaco el que parecía más difícil de combinar con la ciencia ficción. Indudablemente, esto resulta chocante. Lo natural sería pensar que la ciencia ficción puede mezclarse fácilmente con lo policíaco. La ciencia en sí es casi un enigma, y un investigador científico es casi un Sherlock Holmes.
Y si queremos darle la vuelta a las cosas, ¿no existen novelas policíacas que hacen uso de la mentalidad científica? El Dr. Thorndyke, de R. Austin Freeman, es un ejemplo famoso y afortunado de detective científico (en el campo de la creación literaria).
Y, sin embargo, los escritores de ciencia ficción se sentían cohibidos frente a lo policíaco en la ciencia ficción.
A finales de los años 40 me explicaron por fin esto. Me dijeron que, «por su misma naturaleza», la ciencia ficción no jugaría limpio con el lector. En una historia de ciencia ficción, el detective podía decir: «Pero como usted sabe, Watson, a partir de 2175, en que todos los españoles aprendieron a hablar en francés, el español ha pasado a ser una lengua muerta. ¿Cómo es, entonces, que Juan López dijo estas significativas palabras en español?»
O también podría hacer que su detective sacara un extraño aparato y dijera: «Como sabe, Watson, mi frannistán de bolsillo es perfectamente capaz de detectar cualquier joya oculta en un instante».
Tales argumentos no me impresionaron. Me parecía que los escritores de relatos policíacos corrientes (no de la variedad de ciencia ficción) podían ser igual de desleales con sus lectores. Podían ocultar deliberadamente una pista necesaria. Podían introducir un personaje adicional, surgido de la nada. Podían, sencillamente, olvidarse de algo a lo que habían estado dando gran relieve, y no volver a mencionarlo. Podían hacer cualquier cosa.
Sin embargo, el hecho era que no lo hacían. Respetaban la regla de ser leales al lector. Podían oscurecer pistas, pero no las omitían. Las líneas esenciales de pensamiento podían insinuarse de manera casual, pero se insinuaban. Al lector se le orientaba sin remordimientos hacia una dirección equivocada, se le despistaba y se le confundía, pero no se le engañaba.
Parecía, pues, fuera de toda duda, que los mismos principios habrían de aplicarse al relato policíaco de ciencia ficción. No se hacen surgir aparatos nuevos ante el lector para resolver con ellos el enigma. No se toma ventaja de la historia futura para introducir fenómenos ad hoc. De hecho, se han de explicar cuidadosamente todas las facetas del ambiente futuro con la suficiente antelación para que el lector tenga una razonable oportunidad de ver la solución. El detective de novela sólo puede hacer uso de hechos conocidos por el lector en el presente o de «hechos» del futuro ficticio, que han de ser expuestos cuidadosamente de antemano. Incluso se deben mencionar algunos hechos de nuestro presente si se van a utilizar… para asegurarse de que el lector se está dando cuenta del mundo que le rodea actualmente.
Una vez aceptado todo esto, no sólo resulta evidente que el relato policíaco de ciencia ficción es un género literario perfectamente admisible, sino que se hace evidente también que es mucho más divertido de escribir y de leer, ya que a menudo posee un fondo fascinante de por sí, aparte de la intriga.
Pero hablar es fácil; así que sustituí la boca por la máquina, y en 1953 escribí una novela policíaca de ciencia ficción titulada «Las cuevas de acero» (publicada en 1954). Fue aceptada por los críticos como una buena novela policíaca, y después de su aparición no oí decir ja más a nadie que los relatos policíacos de ciencia ficción fueran imposibles de escribir. Incluso escribí una continuación titulada «El sol desnudo» (publicada en 1957), sólo para demostrar que el primer libro no era accidental.
Entre una y otra novela, y después, escribí también varias narraciones cortas para demostrar que los relatos policíacos de ciencia ficción pueden ser todo lo extensos que se quiera.
Estos cortos relatos policíacos de ciencia ficción (junto con algunos otros que se apartan más del género) son los que se recogen en este volumen, siguiendo el orden de publicación. Juzguen ustedes mismos.
Isaac Asimov